Ha vuelto a
suceder. Otra vez he subido hasta aquí. Me encuentro debajo de unos eucaliptus
que coronan la Mesa Mota. Su olor intenso se disipa por el viento que susurra
entre sus ramas. Sus flores blancas, aparecidas entre el final del otoño y el
invierno, unidas por una especie de tapa
han producido grandes frutos coronados por una cápsula oscura y una tapa
grisácea donde guarda una gran cantidad de semillas que cubren generosamente el
suelo invitando a recogerlas, olerlas y usarlas como ambientador natural. Ha
vuelto a suceder como la estación recién estrenada, la primavera.
Bajo estos imponentes
eucalyptus globulus de hasta 55 metros de alto que se mecen placenteramente por
el suave viento que los atraviesa me viene a la cabeza el tópico recurrente
cada vez que esta estación, la primavera, vuelve por estas tierras. Acabamos de
terminar las clases y los exámenes de la segunda evaluación. Estamos un poco cansados e
inquietos y echamos mano del tópico “la primavera la sangre altera”.
Curiosamente, primavera, es una
palabra de proviene del latín y significa algo así como primer verano: días grandes, mayor cantidad de luz, positivo estado
de ánimo, etc. Y sin embargo, nos vuelve dinámicos o cansados, eufóricos o
agotados, vitales o taciturnos.
Frente a ello
podemos echar mano de lo que tenemos más cerca de nosotros, que tenemos con
nosotros: nosotros mismos. Somos lo que nuestros sentidos nos dicen. Por ello,
podríamos hacerle caso a nuestro olfato e inspirar profunda y profusamente los
innumerables olores que la primavera nos regala: los del eucalipto, los de las
frutas primaverales, los olores a tierra húmeda tras la lluvia, los de la
comida que precede a la cita, los de la
piel de la persona amada…..; podríamos hacerle caso a nuestro oído y escuchar
el susurro de un te quiero, del canto
de los pájaros, del ulular del viento, del paso de la vida, de la risa de los
niños……; podríamos hacerle caso a nuestro gusto mientras degustamos un buen
vino, paladeamos la comida de la cita, saboreamos un beso de esos, disfrutamos
de cualquier fruta, mejor si prohibida……; podríamos hacerle caso a nuestra
vista y disfrutar de nuestro entorno: las orquídeas, los colores, las puesta de
sol, los amaneceres –mejor si acompañados-, las imponentes y siempre
cambiantes vistas desde la Mesa Mota…….; podríamos hacerle caso a nuestro tacto
palpando y palpándonos, masajeando y masajeándonos, abrazando, estrujando,
besando……..
Probablemente,
si esto hiciéramos, la primavera se convertiría en la auténtica estación
que altere definitivamente nuestra
percepción y nuestra fruición de la
realidad. Pero tenemos que darnos prisa,
porque como nos canta Sabina “no sabía que la primavera duraba un segundo”.
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