sábado, 23 de marzo de 2013

PRIMAVERA.


 


Ha vuelto a suceder. Otra vez he subido hasta aquí. Me encuentro debajo de unos eucaliptus que coronan la Mesa Mota. Su olor intenso se disipa por el viento que susurra entre sus ramas. Sus flores blancas, aparecidas entre el final del otoño y el invierno,  unidas por una especie de tapa han producido grandes frutos coronados por una cápsula oscura y una tapa grisácea donde guarda una gran cantidad de semillas que cubren generosamente el suelo invitando a recogerlas, olerlas y usarlas como ambientador natural. Ha vuelto a suceder como la estación recién estrenada, la primavera.

Bajo estos imponentes eucalyptus globulus de hasta 55 metros de alto que se mecen placenteramente por el suave viento que los atraviesa me viene a la cabeza el tópico recurrente cada vez que esta estación, la primavera, vuelve por estas tierras. Acabamos de terminar las clases y los exámenes de la segunda  evaluación. Estamos un poco cansados e inquietos y echamos mano del tópico “la primavera la sangre altera”. Curiosamente, primavera, es una palabra de proviene del latín y significa algo así como primer verano: días grandes, mayor cantidad de luz, positivo estado de ánimo, etc. Y sin embargo, nos vuelve dinámicos o cansados, eufóricos o agotados, vitales o taciturnos.

Frente a ello podemos echar mano de lo que tenemos más cerca de nosotros, que tenemos con nosotros: nosotros mismos. Somos lo que nuestros sentidos nos dicen. Por ello, podríamos hacerle caso a nuestro olfato e inspirar profunda y profusamente los innumerables olores que la primavera nos regala: los del eucalipto, los de las frutas primaverales, los olores a tierra húmeda tras la lluvia, los de la comida que precede a la cita,  los de la piel de la persona amada…..; podríamos hacerle caso a nuestro oído y escuchar el susurro de un te quiero, del canto de los pájaros, del ulular del viento, del paso de la vida, de la risa de los niños……; podríamos hacerle caso a nuestro gusto mientras degustamos un buen vino, paladeamos la comida de la cita, saboreamos un beso de esos, disfrutamos de cualquier fruta, mejor si prohibida……; podríamos hacerle caso a nuestra vista y disfrutar de nuestro entorno: las orquídeas, los colores, las puesta de sol, los amaneceres –mejor si  acompañados-, las imponentes y siempre cambiantes vistas desde la Mesa Mota…….; podríamos hacerle caso a nuestro tacto palpando y palpándonos, masajeando y masajeándonos, abrazando, estrujando, besando……..

Probablemente, si esto hiciéramos, la primavera se convertiría en la auténtica estación que  altere definitivamente nuestra percepción y  nuestra fruición de la realidad. Pero  tenemos que darnos prisa, porque como nos canta Sabina “no sabía que la primavera duraba un segundo”.
 

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