viernes, 17 de mayo de 2013

PECES DE CIUDAD

                Disfrutaba del momento con una fruición propia de la niñez. Aquella que en su pueblo natal olía a almendros en flor y tajinaste. En la costa, el olor a mar inundaba el ambiente y enmascaraba los que bajaban de las medianías. A caballo entre ellos creció y se empapó de olores y sabores que ahora recordaba con inusitada sensación. Entre sus manos descansaba, como un niño en el regazo de su madre, el último libro que colocaría en su recién estrenada biblioteca. Definitivamente se sintió satisfecha de la obra realizada, mientras recorría con sus ojos aquella pequeña obra que contenía tanto saber.
                De sus labios de sirena salió un murmullo, una expresión de placer definitivo, una constancia del saber acumulado: “finis coronat opus”. Con la elegancia del erizo se dirigió a la cocina y se preparó un té. Mientras se lo tomaba con unas pastas que había comprado en “La Princesa”, recordó cada una de las lecturas que la habían hecho tan feliz; cada una de las que le habían dado la oportunidad de viajar; cada una de las que le habían enseñado los sentimientos más recónditos del alma humana. Definitivamente sentía una gran satisfacción y estaba orgullosa  de sí misma y de su obra.
 
                La Sirena, como ella misma se llamó un día mientras comentaba un artículo publicado por un desconocido autor, se sentó pausadamente en el sillón, encendió la luz de la lámpara de pié, se acomodó las gafas de leer y se dispuso a evocar, a salto de libros, los interminables volúmenes que había digerido a lo largo de su historia: literatura española y sudamericana, literatura universal, poesía, estudios históricos, tratados de todo tipo, obras universales de obligada lectura, etc. Entretanto, La Laguna, se vestía de noche. Desde la calle se vislumbraba una tenue luz a través de la ventana que advertía de la presencia de mundos imaginarios, novelescos, en los que la sirena se sumergía como pez en el agua.
 
                Comenzó recordando a los Argonautas que lograron atravesar el estrecho de Mesina siguiendo el melodioso canto de Orfeo, mientras escapaban de las extraordinarias voces de las sirenas, a la vez  que sufría con Odiseo, atado al mástil de su barco deseoso de escucharlas, mientras se retorcía de dolor al alejarse de su cautivador canto. Una irónica mueca se asomó a sus labios de sirena al recordar a un conocido que utiliza el verbo cual “canto de sirena” para elaborar un discurso con palabras agradables y convincentes, pero que esconden alguna seducción o engaño.
 
                Siguió buceando con su grácil cuerpo de sirena por las procelosas aguas del océano literario cuando se topó de lleno con  el arrecife transgresor de Steinbeck: Las uvas de la ira. Un rictus de preocupación arrugó su entrecejo al recordar  los contratiempos de la familia Joad al tener que abandonar Oklaoma para buscarse la vida debido a las injustas condiciones que los expulsaban de sus tierras.  Su espíritu crítico la hizo volver al presente y juzgar como injusta la actual situación de España que vive una etapa de profunda injusticia económica y política.
                Decidió, entonces, sumergirse en aguas más templadas. Cual sirena lujuriosa se acercó, sigilosa, a las obras que tratan el sempiterno tema del amor desde todas sus vertientes: Madame Bovary, de Gustave Flaubert; El amante de Lady Chatterley, de D.H. Lawrence; Trópico de Cáncer, de Henry Miller; Anna Karenina,  de Tolstói; El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez, etc.  Se deleitó recordando sus sensuales escenas, sus lujuriosos encuentros, sus románticas citas, sus turgentes descripciones eróticas,  las rupturas de tabúes convencionales.
                Tan a gusto estaba en estas aguas que no se percató del paso del tiempo. Diríase que estaba como pez en el agua. Sus ojos de ensoñación y encanto transmitían una paz indescriptible. Prueba de ello es que en el cenicero sólo había dos colillas. Ni siquiera se dio cuenta que el teléfono estaba sonando hasta que oyó su propia voz que decía: “Hola. Acabo de salir a nadar. Si te apetece zambullirte hazlo al escuchar la señal. Gracias”. Y tras un estridente pitido, se escuchó: ¡Buenas! Estoy en el centro comercial delante de una oferta de Moët Chandon Impérial BRUT. ¿Cuándo la inauguramos?....Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii



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