domingo, 19 de mayo de 2013

¡POR FIN VIERNES!



Por fin era viernes. Un nuevo viernes. Lo había estado deseando desde que comenzó la semana allá por el lunes. Parece una obviedad el hecho de comenzar la semana por el lunes. En este caso, la obviedad no lo es tanto. Aunque todas las semanas comienzan por ese día, aquí nos referimos al lunes de hace mes y medio. Por lo menos. Estaba cansada del trabajo realizado durante toda la semana, Equipos Docentes incluidos, que la había obligado a ir tres tardes al instituto. Pero no era el cansancio la causa principal de su deseo de llegar al viernes.

                Metió sus pertenencias en el maletero del  208 GTI, rojo, deportivo. Las letras PEUGEOT de color rojo en el cromado que se sitúan en la parte superior de la parrilla, claramente se inspiraba en la bandera a cuadros del mundo de la competición. Así es ella: competitiva, ágil, vibrante, vital, felina y cautivadora. Mientras salía del aparcamiento rumbo a La Laguna, escuchaba la peculiar voz de Sabina que cantaba “Autopista del sur, nube gris, mar azul, el volante en la mano y a fondo el acelerador.” No era temeraria. Simplemente disfrutaba del momento; tan sólo pensaba en que era viernes, otra vez.

                Desde hacía un mes y medio los viernes, todos los viernes, incluso el viernes de pasión, eran para ella el día. A simple vista no habría nada extraño en ello. Incluso para ti lector, el viernes es un día especial. ¿O no? Sólo tienes que recordar la cantidad de Wassap que recibes con videos donde toda clase de animales bailan desenfrenadamente al son de una música discotequera mientras pasa un slogan que dice “Por fin es viernes”. Ella también tiene Wassap; también recibe esos mensajes; también los reenvía. Pero no es por esos mensajes por los que, como sigue cantando Sabina, “Voy a mil por hora, voy a mil por hora, sin dirección.” Ella tiene claro su dirección; tiene claro por qué es tan especial el viernes; sabe perfectamente que esta noche, como todas las noches de los últimos siete viernes, lo verá.

                ¡Cuánto había ganado La Laguna con la peatonalización de sus calles! Los viernes se convertía en un hervidero de gentes que salían con sus amigos, con sus familias, a tomar unas copas, a cenar, a pasear. Ella no era la excepción. Solían salir entre cuatro y cinco amigas, a veces alguna más, para hablar, cenar, olvidarse del estrés de la semana y terminar en alguna terraza tomándose un par de copas. Lo pasaban muy bien. Cada semana le tocaba a una diferente elegir el sitio de la cena, y a otra, el lugar donde terminar la noche con una copa, a veces de más. Así había sido hasta hace aproximadamente mes y medio. Contra viento y marea hacía ese tiempo que se había empeñado en acudir al mismo lugar para tomarse las copas después de cenar en el sitio que las demás habían decidido. Había cedido su derecho a elegir lugar para cenar a cambio de acudir siempre al mismo sitio para tomarse la copa.

                Aquel era un sitio de mucho éxito a juzgar por la afluencia de gente. Siempre estaba lleno. Incluso por fuera había gran cantidad de clientes con los vasos en la mano. Y no era pequeño. El ambiente, alegre y distendido, paliaba la incomodidad de la saturación. ¡No en balde era viernes! Lo había elegido ella la vez que le tocaba decidir el lugar donde tomar las copas. Se lo había recomendado una amiga del instituto. La primera vez que fueron, hace aproximadamente  mes y medio, no les disgustó a pesar del bullicio imperante, aunque mientras daban cuenta de un vodka caramelo con mucho hielo, comentaron que tardarían tiempo en volver por allí otro viernes.

                Como responsable de la elección del sitio era la encargada de pedir la segunda y sucesivas rondas. Mientras se abría paso entre la multitud rumbo a  la barra, lo vio. Estaba con un grupo de amigos y amigas, unos siete u ocho. Estatura media, rubio, ojos azules, de unos y tantos años, como ella. Parecía que en ese momento era el centro de atención del grupo. Todos y, desgraciadamente pensó, todas lo miraban con auténtica devoción como si estuviera hablando un oráculo. Debió ser muy gracioso lo que comentó ya que todos comenzaron a reírse, incluido él, dejando a la vista unos blanquecimos dientes que se ocultaban detrás de unos carnosos y sensuales labios, compendio de una boca que prometía besos infinitos. Ensimismada a causa de la visión no se percató que una de sus amigas la había ido a buscar por la tardanza en reponer los vodka caramelos bien fríos que había ido a pedir.

                Disimuló como pudo el susto que se llevó cuando la tocaron por la espalda y se escudo en la gran cantidad de gente que había y lo poco amables que eran al no dejarla pasar. Al llegar al sitio, después del deber cumplido al reponer los generosos vasos de vodka caramelo, no se pudo integrar en la conversación que tenían sus amigas. Disimuló como pudo su ausencia, a pesar de estar sentada en medio del grupo. Mientras su imaginación iba y venía hacia el extremo opuesto del bar, pensando y repensando, idealizando y deseando, no hacía más que repetir “que sitio más estupendo, habrá que venir más a menudo”. Esa noche se empeñó en cerrar el bar. Sus amigas no entendían como ella, la que siempre quería irse la primera, se había empeñado en tomarse la última, cada vez que alguna proponía irse.

                Cuando dos de sus amigas se habían ido aduciendo lo cansadas que estaban y protestando por su tozudez de seguir allí, el grupo que estaba en el extremo opuesto se disponía a marchar. Apuró su copa e hizo que sus amigas la terminaran con ella. Extrañadas, pero obedientes, salieron del bar, y sin saber porqué comenzaron a caminar por La Laguna en una dirección contraria a sus domicilios sin percatarse que seguían al grupo que había salido delante de ellas del bar. En la medida que el grupo se iba dispersando por las diferentes calles, ellas hicieron lo mismo, no sin antes decirle lo rara que estaba y la caminata que les había dado sin motivo aparente. Alegó que necesitaban que el aire nocturno lagunero les diera en la cara después de las copas tomadas. Y tenía razón. Se habían pasado con el vodka caramelo. ¡Pero que iba a hacer si él seguía allí!

                Después de esa noche, todos los viernes terminaban en el mismo bar. Ninguna de sus amigas se percató de nada. Tan sólo comentaban lo feliz que  la notaban cuando se llamaban para quedar los viernes. Eso sí, en las cenas se la veía deseosa de acabar cuanto antes y ponerse en marcha hacia el bar. Al llegar a él, entraba la primera y oteaba el horizonte buscándolo, aunque la excusa oficial era que entraba para buscar un buen sitio. Y siempre lo conseguía, cada vez más cerca del otro grupo. El último viernes se habían sentado justo en las mesas contiguas. Y ese era el motivo por el que venía así de contenta en su GTI rojo escuchando a Sabina “a mil por hora”.

                Ese viernes estuvo tan cerca de él que hasta le pareció que hacían el amor. Mientras sus amigas hablaban de lo sucedido en la semana, ella sólo lo escuchaba a él. Incluso se río de una ocurrencia que él había dicho a su grupo justo cuando el suyo se encontraba callado bebiendo. Una compañera comentó que era de efecto retardado pensando que se había reído de un chiste anterior. Disimulaba como podía sus ausencias; no tenía más que ojos para él; le parecía guapo y elegante; cuando bebía lo hacía con mesura; su forma de vestir, sencilla y conjuntada denotaba un gusto exquisito.  Pero él no parecía reparar en ella. Se encontraba a gusto con su grupo y no tenía necesidad de explorar otras reuniones, ni siquiera aquella que estaba tan próxima. Pero eso no la desanimaba. Al fin y al cabo no se conocían. Y fue entonces cuando se propuso presentarse, dar el paso, atreverse a hablar con él con cualquier excusa. ¿Por qué tenían que ser siempre los hombres los que den el primer paso? Cogió el vaso, murmuró un ¡Carpe Diem! para sus adentros y se lo bebió de golpe justo en el momento en el que en el otro grupo se levantaban y salían del bar.

                Por fin era viernes. Un nuevo viernes. Éste era                EL VIERNES. Esta noche daría el gran paso; se presentaría; le hablaría de lo que sentía por él; desnudaría su alma, y su cuerpo si fuera necesario, para confesarle lo enamorada que estaba de él. En la cena apenas probó bocado; no estaba de mal humor sino todo lo contrario; todo lo que no comió lo bebió apurando un vino tinto de La Victoria de Acentejo. Sus compañeras la notaron mas ansiosa que de costumbre, aunque sus ojos brillaban como nunca.                Entre ellas comentaban que estaba guapísima, radiante, espectacular. Por fin llegaron al bar, y como siempre entró la primera. No lo vio a él pero si a su grupo. “Estará en el baño”, pensó. Se sentaron en las mesas más cercanas que encontraron. Y comenzó la espera. Del baño no salía nadie. El grupo hablaba y se divertía sin echarle de menos. Estaban todos menos él. La única que lo echaba en falta era ella. ¿Cómo era posible que el grupo se estuviera divirtiendo en su ausencia?

                Decidió levantarse y preguntar por…… ¡¡No sabía su nombre!! Estaba enamorada de una persona de la que no sabía su nombre. En realidad no sabía nada de él. Se sentó. Intentó recomponerse. No llorar. Sus amigas notaron el cambio de semblante y le preguntaron si  se sentía bien. “Perfectamente”, murmuro. Se levantó, y cosa extraña en una  mujer, se dirigió sola al baño. Al volver con su grupo y convencerse que esa noche no lo vería les propuso salir a dar una vuelta y coger un poco de aire lagunero. Extrañadas, sus amigas asintieron y salieron a lagunear. Poco rato estuvieron ya que ella no era la mejor de las compañías posibles. No paraba de pensar en él; de porqué no había ido; de si estaría enfermo; de si estaría con otra y por eso no estaba con el grupo. Rumiando pensamientos parecidos llegó a su casa. No paraba de darle vueltas a la cabeza. Se desvistió y se volvió a vestir de forma más informal: vaqueros, camisa de asillas, zapatos de tacones y una rebeca. Estuvo en su casa lo que tardó en vestirse.

                Sin saber cómo se encontró delante del bar. Se asomó, ojeo, y al no verlo, siguió su camino deambulando sin saber a dónde dirigirse. Al doblar una esquina, pasó delante de un bar que vomitaba una canción de la francesa Mylène Farmer, titulada “Innamoramento” y decidió entrar. Habían pocos clientes: una pareja en la mesa del fondo, dos chicas en otra mesa y en la barra… ¡era él! No podía creérselo. Se miraron como dos desconocidos que se estaban esperando. ¡Hola! Le dijo para su asombro. Ella se sentó en el taburete de al lado. Lo miró y le contestó con otro ¡Hola!, como si se conocieran de toda la vida.

                Lo que pasó después está en tu imaginación. ¡¡¡Disfrútalo!!!
 
 

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